Poner la cabeza en la almohada y creer en lo que se ve: los callejones de un pueblo que, por familiar, resulta ajeno. Las fachadas amarillas, ventanas de una amplitud y una desprotección que no terminas de digerir. Todos los sueños son como si. ¿Como si qué?
Por las mañanas, mi vecino practica algunas escalas con el contrabajo. Lo escucho frustrarse, detenerse y andar, y todo se deduce a partir del desenvolvimiento de las notas. Lo escucho hacer gárgaras, lo escucho responder llamadas telefónicas. Buenos días, dice, ya voy para allá, pero se tarda.
Su tono de llamada es el mismo que uso de alarma. Pero ninguno de los dos lo ha modificado. El acuerdo, la pereza. O ¿qué significa que uno se despierte y el otro conteste el teléfono? La misma melodía para dos actos. Y en el escenario, los personajes, separados por un muro no tan grueso (se sabe) se mueven en sendas contradictorias.
Me frustraba el no poder meditar más de diez minutos. Lo estás haciendo mal, ríndete, me decía, tu mente será para siempre un simio enajenado, un chango orinando en los turistas. Pero era porque quería meditar por algo, para algo. Si fuera a un monasterio, cualquier monje, cualquier maestro estaría en condiciones de asestarme un chingadazo con una vara de madera.
En 2011 escuchaba una canción, «Calling It Love Isn’t Love (Don’t Fall In Love)», de A Sunny Day In Glasgow, y al tocarla en mi reproductor de música, siempre se desplegaba la frase «Take the medicine».
¿Qué es la medicina? ¿Qué es aquello a lo que se asemejan los sueños?
Mi amigo escribe: preferimos estar dormidos que despiertos.
¿Nunca te ha pasado dormirte y despertar en madrugadas de hace cuatro o cinco años? Se supone que realmente preferimos estar dormidos que despiertos. Levantarte de la cama, mirar hacia afuera el pasto que no estaba ahí. ¿Quién te dice que no lleva años abriendo las esquinas del azulejo?
Aquello a lo que se asemejan los sueños. Que camines por la ciclovía y una voz desde el taller mecánico diga la frase: si no tienes redes sociales ya ni le muevas, neta, ahorita es redes sociales esto, redes sociales lo otro. Y este oído que es tan influenciable lo toma como epifanía. Las epifanías son eso y ya. Luego vendrá otra.
Aunque eso fue hoy. La epifanía es en realidad revisionismo. Cortito y efectivo, como todo madrazo. El 28 de septiembre del 2018 cerré todas mis redes sociales, creo que para siempre.
¿Por qué? Pues porque es gratis entrar y es gratis salir. Así parece, pero no es tanto.
Pequeños satoris tomados de la mano, andando por la autopista, levantando el pulgar. Llegan, te sacuden, y todo lo que construiste con tu voluntad de ser se hace añicos. De puro milagro no te estrellas en la caseta. Pero es lo ideal. Dime, ¿qué es tu voluntad de ser? Lo que crees que eres, el nombre que han elegido para ti, tu diversión, el precioso mundo monológico (¿monopólico?) que ven tus ojos. El cuerpo que crees tener, tu vida, tus días, tus recuerdos. Pero te da miedo mirar atrás y saber que no recuerdas las cosas como fueron. O peor (¿mejor?), que no recuerdas nada.
Si te fijas bien, no hay líneas divisorias. El mismo código, igual que en cualquier máquina, igual que en cualquier videojuego, igual que en cualquier sistema, lo controla todo, lo predispone, lo abre y lo cierra y le da la ilusión de la forma. Pero no puedes mover una cosa sin que la otra abra su espacio, te deje el camino abierto. Acabo de leer que caminas la montaña y que la montaña se deja caminar.
Escuchas, por la mañana, la melodía. Ella se deja escuchar.
Caminas y cuentas: izquierdo, derecho, izquierdo, derecho. Dejas que este camino, octubre, se haga sentir. Que ventile sus aires que no dicen nada porque nada tienen por decirte.
Sonríes, tocas mal la guitarra, lees, te duermes. Cuando medites, deja que las cosas vengan a ti. Nunca te incorpores a lo que Teillier llamó la vida ciudadana mental. Conserva la nostalgia de ya no ser el niño, pero háblale. Que él decida.
Cuando medites, procura sentarte a meditar y ya. Pero también levántate y medita en todas partes. Pero no medites tú. Que medite lo demás a través tuyo. Pero tampoco medites. No lo nombres, no lo pienses. Que se haga.
O que se arme, como dicen.